Recuerdo que, cuando estaba en tercero de secundaria, tenía una profesora que exigía que nos desplazáramos por todo el salón durante la hora de clase. Para participar, debíamos atrapar una pelota. Para responder una pregunta, debíamos correr al pizarrón. Para manifestar alguna duda, debíamos acercarnos a su escritorio. Durante su hora, no dejábamos de movernos.
Sin embargo, no resultaba tedioso. Ella se llevaba bien con todos mis compañeros. Nos contaba historias y escuchaba con atención todas nuestras ideas. Llenaba nuestras evaluaciones de caritas felices, como si nuestras respuestas no estuviesen mal: solo incompletas. Ella nos hacía sentir seguros de nosotros mismos y yo nunca tuve dudas de que ese fue el año en el que más aprendí: ¿por qué?
Con el propósito de resolver esta interrogante, el presente trabajo tiene como objetivo demostrar la importancia del movimiento y su contribución para el desarrollo de las diferentes dimensiones de la persona. Asimismo, evidenciará los desafíos a los que se enfrenta la actividad física como medio de aprendizaje en la actualidad.
Es sabido que la naturaleza y crianza de una persona trabajan de manera estrecha para posibilitar la formación de nuevas redes neuronales y, como consecuencia, generar nuevos aprendizajes y estimular la memoria. En un inicio, se encuentra el factor genético. De acuerdo con Bransford et al. (2000), se estima que una persona nace con alrededor de 100 a 150 mil millones de neuronas, un estimado similar al de un adulto.
Sin embargo, a diferencia de sus contrapartes, las conexiones sinápticas de un recién nacido son mínimas. Así, existen dos formas básicas para su adición: la sobreproducción y pérdida de sinapsis (se da durante las primeras etapas de desarrollo), y la adición de sinapsis (se da durante toda la vida). Ambos procesos requieren, indefectiblemente, de la experiencia.
Sería posible, entonces, concluir que las personas responden positivamente a ambientes enriquecidos. De este modo, la interacción con los demás y el movimiento corporal aumentan las posibilidades de aprendizaje de una persona.
Esto se ha demostrado en niños, quienes desarrollan sus capacidades físicas y estructuran su capacidad mental progresiva y simultáneamente. Actividades deportivas como el mantenimiento aeróbico generan un aumento en la vascularización del cerebro, también denominada “angiogénesis”.
Dentro del hipocampo, caracterizado por ser la estructura del cerebro responsable de la atención y la memoria, se encuentran unos vasos sanguíneos denominados “capilares cerebrales”. Estos son los responsables de tanto la irrigación del hipocampo como del suministro de nutrientes a las neuronas. La ramificación de estas parvas estructuras aumenta con la actividad física, lo que, a su vez, incentiva la formación de nuevos capilares e, inevitablemente, el crecimiento neuronal (Ayan, 2011).
El movimiento corporal, además, cementa la autoestima y seguridad emocional de los individuos. Este disminuye los niveles de cortisol -hormona liberada ante la presencia de estresores- en la sangre. Asimismo, estimula la producción de las denominadas hormonas de la felicidad (serotonina, dopamina y endorfinas), también presentes en el intercambio sináptico entre neuronas (Ayan, 2011).
Pese a los beneficios previamente mencionados, incorporar la actividad física al currículum académico no es una diligencia que pueda realizarse súbitamente. El primer obstáculo presentado es el poco tiempo destinado para el movimiento dentro del horario escolar. En mi colegio, por ejemplo, el curso de educación física disponía, solamente, de una hora y media por semana. Esto es debido a que las escuelas siguen priorizando el desarrollo de los contenidos intelectuales mediante la abstracción de ideas.
El segundo reto es el bajo financiamiento que reciben las actividades de naturaleza física. Esto, a su vez, dimana en una infraestructura precaria y una falta de materiales. Esto da lugar al tercer y último punto: el curso de educación física no recibe la misma priorización que otras materias. Por ello, carece de una adecuada planificación y es considerada una hora de recreación por parte de los estudiantes.
El paso a la virtualidad no solo ha resaltado estas deficiencias, sino también ha dado hincapié a una nueva problemática. Así, el principal desafío al que se enfrentan los niños durante la pandemia es el sedentarismo. Los menores que residen en departamentos, por ejemplo, no cuentan con el espacio suficiente para realizar actividades que normalmente desempeñarían en un parque, tales como correr de un lado a otro, saltar en el trampolín, deslizarse por un tobogán, etcétera.
Como consecuencia, los niños son más propensos a ser víctimas del aburrimiento. De este modo, no resulta sorprendente que pasen más tiempo ante un dispositivo electrónico. Así, sus niveles de movimiento corporal se han visto reducidos, meramente, al cumplimiento de tareas domésticas.
Es por todo lo expuesto que se puede concluir que el movimiento corporal es imprescindible para el desarrollo de todas las dimensiones de una persona. Así, se ha demostrado que la actividad física tiene consecuencias positivas en tanto la seguridad emocional como la vascularización del cerebro y la neurogénesis. A pesar de esto, el movimiento todavía ocupa un segundo lugar dentro del plano escolar y -tras la pandemia- familiar. ¿Qué medidas se pueden tomar al respecto?
Por un lado, considero que, para lograr implementar el movimiento dentro del desarrollo de aprendizajes fundamentales, es imprescindible una programación adecuada. Asimismo, es prudente informar tanto a los estudiantes como al cuerpo docente sobre la importancia de la actividad física durante el proceso de aprendizaje.
Por otro lado, pienso que, con el objetivo de fomentar la actividad física en casa, los padres y/o tutores deben implementar una gama variada de pasatiempos en el hogar, y alentar a sus hijos a jugar y mantenerse activos de manera segura e ingeniosa. Finalmente, es prudente establecer rutinas de juego, alimentación, sueño, entre otros, y limitar el tiempo que los menores pasan frente a una pantalla.
REFERENCIAS
Ayan, S. (2011). Ejercicio corporal para la mente. Mente y cerebro, (47), 23-31.
Bransford, J., Brown, A., & Cocking, R. (2000). How people learn (Vol. 11). Washington, DC: National academy press.
Giedd, J. (2015). The amazing teen brain. Scientific American, 312(6), 32-37.
La importancia del movimiento en la educación. Lectura proporcionada por el curso Inteligencia Corporal 2021.
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